Sanando la Herida del Rechazo: Un Viaje de Autoaceptación y Amor Propio
Últimamente, me he sumergido en un viaje fascinante y transformador hacia la autoaceptación y el amor propio. Hace tiempo que he decidido explorar y ver las cosas desde diferentes puntos de vista, especialmente cuando me encuentro frente a situaciones que me resultan incómodas. En estos días, estoy descubriendo que atender a lo que me resulta incómodo puede ser una poderosa oportunidad para soltar cargas, sanar viejas heridas y liberarme de lo que ya no necesito en mi vida. Creo sinceramente que la vida nos presenta la incomodidad para que nos movamos, para que cambiemos nuestra postura hacia el lugar en el que realmente nos encontramos cómod@s.
El rechazo ha estado rondándome, de alguna forma u otra, y se ha manifestado en algunas áreas de mi vida. He experimentado el rechazo a otros y también he sido rechazada, incluso me he rechazado a mí misma. He visto el rechazo reflejado en diversas situaciones y personas podríamos decir que veo mucho rechazo a mi alrededor. El rechazo es hermano de la queja, y ¡no podemos negar que a veces disfrutamos quejándonos! Sí, hay mucho rechazo y, curiosamente, solemos evitarlo porque no nos gusta sentirnos rechazados. Rechazamos el rechazo, y ahí está el meollo del asunto.
Sin embargo, he tomado conciencia de cómo el apego a «rechazar el rechazo» causa un gran sufrimiento porque lo hace más grande, rechazar crea más rechazo en si. Cuando hay una herida de rechazo, la vida, en realidad, solo quiere que la sanemos, que la curemos. Nos la presenta una y otra vez para que la reconozcamos y podamos liberarnos de su carga. Nos presenta situaciones, personas y desafíos que nos invitan a mirar de frente a nuestra herida del rechazo. ¿Por qué lo hace? Porque va en contra de lo que la vida «es» en esencia. La vida lo abarca «todo», no rechaza nada; es como un inmenso contenedor que acoge todo lo que existe, sin excluir nada y dejando estar a todos y a todo.
El rechazo, en sí mismo, yo lo considero como un constructo mental creado por el ego para defender «su identidad». Esa amenaza es irreal, pero el ego se siente amenazado al creer tener «vida propia». El ego teme ser rechazado porque siente que podría desaparecer. Sin embargo, rechazar el ego tampoco me parece una buena idea, sobre todo si lo que queremos sanar es sentirnos rechazad@s.
Es por eso que la vida, que lo contiene todo, nos muestra nuestra herida del rechazo para sanarla, que en realidad es integrarla y acogerla en su gran contenedor. Lo hace a través de personas y situaciones para que podamos reconocerla y aceptarla. No lo hace para hacernos sufrir, sino para que la veamos. Dejar de rechazar el rechazo nos permitirá darnos cuenta de que, si bien tenemos esa herida, verla no significa que nos tengamos que identificar con ella. Tenemos una herida, sí, pero somos mucho más que ella.
Entonces, ¿cómo sanar el rechazo? Es curioso, pero para hacerlo, me he dado cuenta que dejar de rechazarlo y dejar de luchar contra él es la clave. Así es como la vida lo hace, deja a todo estar ahí, dentro de su gran contenedor donde todo cabe. Así que lo mejor es reconocerlo como una pequeña parte de ti y escuchar lo que te dices, mirar de que forma te rechazas y dejar de hacerlo. Lo que rechazas de ti es lo que te duele, si los demás te rechazan es porque hay rechazo activo en ti, al igual que lo que rechazas de los demás son partes de ti que no te gustan y te dan miedo ver, eres tú proyectado en otro.
Cuando dejas de rechazar el rechazo, éste se disuelve solo, pierde el sentido y se va, cambiando la perspectiva de las cosas. Aceptas que hay rechazo en ti, ves que muchas veces te rechazas, si hoy no me gusto ¿y que?, lo sueltas, y lo dejas ir. Para mi soltarlo significa dejar de poner el foco de atención en pelear con lo que sea que es, poner el foco hacia algo más útil, real y productivo. Yo voy a intentar dejar de perder energía y tiempo de vida en rechazar tanto a mi, como a lo que «es» y quien «ya es» de una manera que yo no escogería y seguir adelante, viviendo la vida con lo que sí me gusta, con quien me siento cómoda, con lo que sí disfruto, con lo que sí hago bien, intentando aportar en lo que si creo que merece la pena aportar.
Sí, creo que voy a intentar poner el foco ahí y reconocer darme verdad en que que hay muchas cosas de mi que no me gustan, que no me salen como a mi me gustaría, pero hago lo que pudo, que hay muchas cosas de ahí fuera que no me gustan pero que no me gusten no significa que no tengan derecho a ser y a existir por que ¿quién soy yo para rechazar nada ni nadie de esta vida?. Si la vida les permite estar tendrá sus motivos. Quizás tienen que estar para motivarnos a ser honestos con nosotros mismos, y actuar en consecuencia.
Yo soy un ser imperfecto, que se ha rechazado mil veces muchas de ellas por miedo porque ha sentido el dolor de la herida de ser rechazada. Hacemos las cosas lo mejor que podemos, las hacemos de la manera que creemos que es la mejor, aunque a veces choque con otros, con lo que choca en realidad no es con ellos sino con sus egos sus identidades, esas que se defienden a capa y espada. Puede que no te guste mis formas pero yo voy a intentar ser primero coherente conmigo antes de gustarte a ti, es una elección personal. Porque creo que nadie merecemos ser castigados con el rechazo.
Intentaré dejar en paz mi herida del rechazo, no la voy a «toquitear» más, la voy a dejar en paz, para que cicatrice, las cicatrices por lo menos no duelen. Acepto que hay rechazo en mi, veo mi rechazo a ser rechazada y me dejo ser como soy. Dejaré que las cosas sean, dejo de luchar. Y ¿qué hay cuando no hay guerra? Paz, descanso, calma y libertad. Aceptar y abrazar todas las partes de mí me hasta las que no me gustan, me da calma, alegría y paz. Creo que eso dicen que es el amor incondicional ¿No? Bueno yo por lo menos lo voy a intentar.
Recuerda que, esto es mi punto de vista, mi experiencia recogida, es necesario que vivas esta experiencia por ti mism@. Anímate a probar otras formas y experimentar.